Arbor Amoris – 2022

Instalacion en cerámica, semillas y sonido, Museo de Arte Costarricense.

Esta obra nació de la semilla de un Árbol de Guanacaste, que durante diez años, estuvo guardada / a la sombra.
En una caminata, en esta época en la que salir de la casa se convirtió en un respiro, en un lujo, di con el fruto.
Esas orejas de madera que hablaban de esa necesidad de oír (a uno mismo, a los otros, al mundo que gritaba en silencio y a la distancia)
Así, con la semilla y el fruto, germinó la obra.
Para ser yo misma parte de la creación repliqué los frutos en barro, porque sin tierra –ya se sabe- no es posible crecer; los esmalté. En proceso están para llegar a 33.
Mientras, un nuevo racimo de nietos, llegó a agrandar mi simiente…
Así, el sonido de los gemidos, del llanto, de las risas, de las semillas y de los frutos. Se hicieron uno: la obra y la vida se entremezclaron.
En la instalación estarán los 33 frutos, sobre un lienzo y las semillas que “brotaron” de ellos.
En el video se observa y SE OYE como las semillas llueven sobre los frutos: una reverberación, un trémolo, una onda de vida que se expande.
Lo anterior echó raíces en un poema que conceptualiza y completa la obra: el árbol de la vida.

Conceptualización:

“Las semillas son promesa… imposible adivinar -al verlas-
el verde que duerme dentro de ellas la vida que llevan dentro.

Los árboles, en cambio,
dan fe del tiempo,
de los cuidados que les han prodigado,
de las raíces y las hojas que han germinado de sí.

Los árboles tienen memoria
de la semilla que fueron alguna vez.

Cada uno es
en sí mismo
un pedacito de bosque.

No saben de soledades,
los árboles…
sus ramas juegan un pulso con el viento invitan a los pájaros a anidar, generosos
prestan su sombra
a quien sepa acercárseles.

Pero no es esa la única historia que cuentan -a quien quiere oír y tiene orejas para escuchar- Cada brote habla de resilencia,
de la vida que se reinventa a sí misma.

A nosotros que jamás
hubiéramos grabado nuestros nombres sobre sus cortezas porque, desde siempre, hemos sabido que basta acariciar su tronco para sentir su savia, para volvernos sabios,
para crecer,
-así sea un palmo-.

Los árboles
han sorteado tempestades y se han alimentado
a partes iguales
de luz y de calor.

A quienes hemos hecho de sus ramas escaleras, nos acercan al cielo
mientras nos recuerdan

nuestra propia naturaleza terrestre y terrenal.
Son, entonces, los árboles un puente entre dos universos.

El amor que sentimos
por nuestro país, por nuestros semejantes, por nosotros mismos y nuestra simiente
es, siempre ha sido y seguirá siendo, un árbol.

A su debido tiempo dará frutos, florecerá,
cambiará de ropaje y seguirá creciendo a lo alto y a lo ancho .

Cuando podamos, sembraremos a su vera
otros árboles-amores
muchos, tantos, como nos alcance la vida.

A todos, los cuidaremos con el mismo mimo.

Porque sabemos que aún cuando su madera se vaya volviendo tierra
allí, entonces, otra semilla crecerá.

De una vida, nacen otras vidas… círculo que no tiene final.”